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jueves, octubre 18, 2007

De inquilinos y mammoni

Francisco Cabrillo/ libertaddigital

Parece que casi todo el mundo está hoy de acuerdo en que hay que subvencionar a los jóvenes para que alquilen un piso. No acabo de entender muy bien por qué el resto de los contribuyentes –muchos de los cuales son personas con escasos recursos económicos– debemos pagarles una parte de su renta. Pero esta sorprendente idea no se limita a España. Otros países van en la misma línea.

Me entero por la prensa de que en Italia se quiere hacer algo similar a lo que nuestro gobierno ha empezado a vender como propaganda electoral; que en aquel país se llama mammoni a los jóvenes varones que viven a cuerpo de rey en casa de sus padres y a los que no hay forma de echar; y que el ministro de Economía, Tommaso Padoa- Schioppa intenta justificar sus ayudas al alquiler para jóvenes entre los 20 y 30 años con el argumento de que es preciso "sacar de casa a esos peleles". Encomiable objetivo, ciertamente. Dudo mucho sin embargo que el programa vaya a tener más éxito que el que se augura al del Gobierno español. Pero, aunque con él se consiguiera que se fueran a vivir por su cuenta algunos de estos mammoni, no veo sentido a obligar al contribuyente a que gaste en tal propósito una parte de su dinero.

La situación en Italia resulta aún más curiosa cuando se observa que el porcentaje de jóvenes mayores de 30 años que siguen en casa es muy superior entre los hombres que entre las mujeres, concretamente el 36,5% para los primeros y el 18,1% para las últimas. ¿Somos realmente los hombres diferentes de las mujeres? ¿Tenemos distintos objetivos en la vida? Creo, más bien, que un simple análisis de costes y beneficios explica perfectamente esta situación, sin necesidad de acudir a complejas divagaciones psicológicas. Los hombres permanecen más tiempo en casa simplemente porque obtienen de esta estrategia mayores ventajas que las mujeres. La mamma italiana –como la española– suele dedicar bastante más atención a la intendencia de sus hijos que a la de sus hijas. Y a éstas, una vez alcanzada una cierta edad, se les suele exigir además una colaboración en las tareas domésticas, que a los varones, desde luego, no se les pide. Los incentivos a marcharse de casa son, por tanto, mayores para ellas que para ellos. Y, como la gente suele actuar de forma racional, los resultados son los que conocemos.

Un análisis tan simple como éste permite ver lo absurdo de la propuesta de Padoa- Schioppa . Si con la subvención se intenta corregir el actual estado de las cosas y los hombres tienen más motivos que las mujeres para quedarse con su padres, sería necesario que las ayudas que se otorgaran a los chicos fueran mayores que las que se dieran a las chicas. Es decir, habría que discriminar por motivos de sexo a favor de los hombres para conseguir los resultados deseados.

No creo que esta conclusión tan simple guste a los promotores de la medida. Pero cuando un político se pone a regular nuestras vidas y haciendas, es fácil que acabe dejando las cosas aún peor de lo que estaban antes.

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