Denuncias por vivienda

Contra la vivienda indigna. V de Vivienda. Todos juntos podemos.

jueves, septiembre 24, 2009

Arsénico en Benidorm

Manuel Martín Ferrand/ abc

AUNQUE mi dilecto vecino y admirado compañero Ignacio Camacho prefiera llamarles chaqueteros a los tránsfugas no puedo seguir su ejemplo. En México, la patria chica de mi madre, el verbo chaquetear se conjuga con la misma intención y uso que conjugamos aquí el verbo masturbar y, evidentemente, en casos como el de Benidorm hay mucho más de complicidad y coyunda, de ayuntamiento, que de onanismo solitario y resignado. Además, el pacto antitrans-fuguismo -tan pomposo, tan estéril- tiene mucho más interés como protección de los intereses de los partidos políticos que lo firmaron hace una década que como salvaguarda de la representación auténtica de los ciudadanos.

Nuestra Constitución establece que «los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato impe-rativo», y el principio, por extensión, es trasladable a los Parlamentos Autonómicos y a las Casas Consistoriales. El transfuguismo no es deseable por lo que tiene de ruptura del contrato tácito que se establece entre el elegido y sus electores; pero aquí, para nuestra desgracia y pobreza democráticas, no votamos personas, sino siglas y emblemas. Rosas y gaviotas. Lo serio sería combatir a quienes, por razones no siempre confesables -como las que impulsan el escándalo benidormense-, cambian de cabalgadura parti-dista en plena carrera con una ley electoral que nos permita a todos saber quién es nuestro representante. No en qué lote se encuadra.

El caso de Benidorm, una asociación de tránsfugas que muestra la escasa exigencia de los partidos -el PSOE y el PP- en la selección del personal que someten a nuestro voto, resulta especialmente ruidoso y divertido por la jacarandosa personalidad de Maite Iraola, una entre los trece conjurados y madre de Leire Pajín. Me trae a la memoria, salvando las infinitas distancias que las separan, a Lady Astor, de soltera Nancy Langhome, la primera mujer que, en 1919, tomó asiento en la Cámara de los Comunes como representante, por el Partido Conservador, de la circunscripción de Playmouth. En un debate, enfurecida con Winston Churchill, llegó a decirle: «Si yo fuera su esposa, pondría arsénico en el té de su desayuno». El que, seguramente, fue el político más importante de la primera mitad del siglo XX respondió al instante: «Si yo fuera su marido, lo tomaría con sumo gusto». Qué curiosas e inescrutables son las asociaciones de ideas que cruzan por nuestro cerebro...

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