Denuncias por vivienda

Contra la vivienda indigna. V de Vivienda. Todos juntos podemos.

miércoles, mayo 13, 2009

Una lección de supervivencia

Victoria Prego/ elmundo

Cómo no se sentirían los diputados socialistas, qué piedad inmensa no les produciría su líder instantes antes de enfrentarse al debate sobre la realidad económica más terrible de nuestra historia reciente, que rompieron a aplaudirle cuando se levantó de su escaño y enfiló la tribuna de oradores. Aplaudieron a Rodríguez Zapatero sin que hubiera dicho aún una sola palabra. Un gesto así, inédito en la Cámara, no necesitaba demasiadas explicaciones: dolorosamente conscientes de la radical soledad del presidente, sus diputados le enviaban su afecto y su apoyo.

En ese clima político y emocional empezó ayer el Debate sobre el estado de la Nación que, apenas una hora más tarde, había dado ya el primer vuelco. Primero, porque para sorpresa de todos, de los suyos también, aunque no de los más próximos, el presidente del Gobierno no se lanzó en picado a enarbolar la bandera de la izquierda incorrupta, solidaria con los más desfavorecidos -que es como ahora se llama a los pobres y a los escasos de dinero-, rebosante de ética y de moral pública y defensora incansable de los débiles frente a los ataques de la derecha canalla, depredadora y sinvergüenza dispuesta a acentuar la ruina de los humildes para entregar las riquezas del país a los conocidos de siempre como «los ricos». De eso nada. Nada de discurso fácil y florido, de esos que tocan la veta emocional de sus seguidores y apalancan su intención de voto. No, no.

Resultó que el náufrago hacía pie y que, pisando firme, se metió de cabeza en el jardín de las concreciones y desgranó una letanía de medidas con cifras y tantos por ciento, con su filosofía política detrás y con objetivos claramente formulados. Y eso es lo que se le pide a un gobernante para poder examinar sus propuestas, discutir sobre ellas, suscribirlas, criticarlas o condenarlas. Otra cosa es que, como acertadamente apuntó luego Mariano Rajoy, todas esas propuestas no estuvieran acompañadas de sus correspondientes memorias económicas. Y es imprescindible que sepamos cómo y cuándo vamos a ser capaces de enjugar nuestro galopante déficit y los niveles rampantes de nuestra deuda.

Pero el hecho es que se mojó y que lo que dijo era muy digno de ser escuchado. Es cierto que algunas de sus propuestas suponían una rectificación en la medida en que se acercaban algo a las posiciones del Partido Popular, repetidamente rechazadas por él mismo hace nada. Las ayudas directas a la compra de automóviles, por ejemplo, por la que tantas veces clamó el PP, estaban ayer en los folios que el presidente leía. O la reducción del Impuesto de Sociedades a algunas pymes, cosa que el PP había pedido con insistencia aunque sin las importantes limitaciones impuestas ayer por Zapatero. Era, por lo tanto, la ocasión perfecta para que el líder de la oposición rentabilizara políticamente ese cambio y diera la bienvenida al presidente al terreno de las políticas económicas eficaces ya diseñadas hace meses por el PP.

Pero no lo hizo. Mejor dicho, sí lo hizo, pero tan tarde y tan escasamente que se encontró con que, al final del debate, fue el propio Zapatero quien le puso sobre el escaño el regalo envenenado de reconocer paladinamente, con la más suave de sus entonaciones, que sí, que en efecto ésas eran ideas del Partido Popular que él había acogido e incorporado. Y fue precisamente ese reconocimiento final el que evidenció, mucho más crudamente que el más feroz de los ataques, la endeblez del discurso de un Rajoy que dedicó un tiempo precioso en su primera intervención a repetir la cantinela que llevamos escuchando desde hace más de un año. A saber: «Usted no ha previsto la crisis, la ha negado cuando la teníamos ya encima, no ha escuchado a los que le avisábamos, nos ha llamado esto y lo otro», y cosas así. Y mira que tenía al alcance de la mano la denuncia más dura y más efectiva que podía hacerle: que con ese anuncio de suprimir en año y medio las desgravaciones fiscales por la compra de vivienda está acogotando a las clases medias, y metiendo el miedo en el cuerpo a quienes ganan de 24.000 euros para arriba y a los que sólo un ciego, un demagogo o un loco podría calificar como gente pudiente.

¿Y qué es eso de que está demostrado que son las deducciones por compra de vivienda las responsables de la burbuja inmobiliaria? Ésa es una simplificación inaceptable por parte del presidente, además de una manera de disfrazar el hecho indiscutible de que a partir de 2011 los españoles pertenecientes a la inmensa clase media no van a poder comprarse un piso en el mercado libre por mucho que los precios hayan bajado. Y no se engañe el PSOE: esos profesionales medios, esos autónomos, no van a la vivienda protegida porque quieren elegir y, sobre todo, creen que pueden elegir el lugar en el que viven. Pero si aceptáramos que su tesis es correcta, la pregunta es de urgencia: ¿qué ha estado haciendo entonces en los últimos cinco años? ¿Tocar la lira mientras veía arder Roma?

Rajoy se refirió a este importantísimo asunto y formuló con acierto su reproche. Pero hasta su última intervención -la última, que se dice pronto- no atinó a cuadrar la frase que debía haber sido la estrella de su discurso: «Con la normativa de vivienda que ha presentado hoy aquí, ha apaleado usted a las clases medias». Pero ya no pudo desarrollar su argumento.

En resumidas cuentas, y dejando a un lado los feísimos ataques que se lanzaron el uno al otro durante toda la tarde, como si estuvieran fatalmente atraídos por la fascinación del enganche canalla, hay que decir que Rajoy mejoró mucho en su última intervención, pero que ya era demasiado tarde. Zapatero, consciente de su bien ganado triunfo, se avino entonces a cederle generosamente un pequeño espacio en el sitial de la gobernación de España. Y aquello fue la puntilla. Luego, con el capote ya recogido, volvió a convocarle al pacto.

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