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miércoles, marzo 05, 2008

El hijo del albañil aparca el jet

Simón Onrubia/ expansion

El sueño de Luis Portillo se desvaneció ayer de forma definitiva. Quien fuera apodado el Rey Midas del ladrillo ha visto cómo el imperio que había levantado en apenas dos años se derrumbaba como un castillo de naipes.

Un castillo que no ha podido soportar la crisis inmobiliaria y financiera que desde hace varios meses sacude a España. Al igual que en Más dura será la caída, la película basada en la novela de Budd Schulberg, el constructor sevillano, hijo de un maestro albañil, tocó el cielo con los dedos, viajando diariamente desde Madrid a Sevilla en un jet de su propiedad y codeándose con los empresarios más poderosos de España, a varios de los cuales hizo doblar el brazo en aquellas operaciones corporativas que entonces fueron calificadas como audaces y ahora se han tornado en temerarias.

Pero hoy, tras la pérdida de Colonial, deberá empezar casi de cero, tal y como hizo a mitad de los años noventa del siglo pasado, cuando decidió dar un giro estratégico a su negocio después de haber hecho fortuna al calor de la Expo 92 de Sevilla. Tanto es así que, quizá como agradecimiento, llamó a su hólding Expo-An. En aquella época, tras finalizar la Exposición Universal, contabilizaba una plantilla de más de un millar de personas debido a que el macro recinto de la hispalense isla de La Cartuja lo había levantado casi él en exclusiva, ya que los adjudicatarios de las obras confiaron en aquel joven empresario (apenas contaba con treinta años de edad) como subcontratista.

Entonces, Portillo tuvo el olfato empresarial del que ahora ha carecido: supo retirarse a tiempo al abandonar el negocio constructor ante el temor de una crisis –que finalmente llegó– y se centró en adquirir suelos para posteriormente desarrollar promociones inmobiliarias. La apuesta le salió redonda. Aumentó de forma exponencial los beneficios que había logrado en la Expo y se hizo con una bolsa de suelo de tal envergadura que cuando volvieron las vacas gordas se metió de lleno en el listado de los más ricos de Forbes. El resto llegó rodado.

Pese a que su entrada en el parqué bursátil fue por la puerta de atrás –adquisición de la pequeña enseña catalana Inmocaral–, tardó poco en dar el triple salto mortal: compra de Colonial a La Caixa, toma del 15% de FCC –operación que jamás le perdonaría Esther Koplowitz, también accionista de Inmocaral– y desembarco en Riofisa.

Aunque parezca que haya transcurrido un siglo, esta última compra la realizó en el mes de agosto de 2007; es decir, hace apenas medio año. Sin embargo, esta vez el empresario nacido en Dos Hermanas no fue capaz de otear la crisis que se avecinaba y que le pilló con una deuda cercana a los 9.000 millones de euros. Cuando intentó reaccionar ya era demasiado tarde. Las puertas de los bancos se le cerraron y el valor de las acciones de Colonial entró en barrena. Ahora, tras vender la empresa y aparcar su jet en el hangar, el objetivo es empezar de nuevo de cero. Aunque esta vez sin Expo a la vista.

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