Denuncias por vivienda

Contra la vivienda indigna. V de Vivienda. Todos juntos podemos.

viernes, septiembre 05, 2008

¿Un germen revolucionario?

DENUNCIAS POR VIVIENDA

En julio del efervescente año 1968, Jürgen Habermas le dedicó a Marcuse una reflexión que nos sirve hoy para replantearnos el presente. Según aquel pensador, la práctica de los ciudadanos en una verdadera democracia se ve imposibilitada por la ideología dominante de nuestro capitalismo tardío, consistente en hacernos creer que debemos dejar las decisiones importantes de nuestras vidas (cómo queremos vivir, cuál es el modelo de sociedad preferible) en manos de unos expertos o técnicos que supuestamente sabrían qué es lo mejor para nosotros.

En nuestra España de la crisis, podemos detectar la ideología tecnocrática (esa especie de mitología que nos mantiene adocenados) en el prestigio que concedemos a los técnicos de la economía y a una jerga que, bajo la apariencia de lenguaje científico y neutral, oculta la realidad cruda de la explotación: los despidos masivos son Expedientes de Regulación de Empleo; la bajada de sueldos, moderación salarial; el aumento de la explotación, flexibilidad; la pérdida de derechos, desregulación. La fabricación excesiva de dinero para dárselo a los bancos se llama inyección de liquidez, mientras que la depreciación consecuente de nuestro dinero se llama inflación (y, con cinismo, se nos trata de convencer de que la causa de nuestra pérdida de poder adquisitivo es justamente nuestro poder adquisitivo).

Pero hay esperanza: la de los jóvenes bien formados que ya no se creen el cuento de que, en nuestras sociedades, la posición social es fruto del talento o el esfuerzo; jóvenes que no están dispuestos a vender su vida a cambio de una "respetabilidad" burguesa cimentada sobre el endeudamiento, la idiotización y el servilismo.

¿Cuántos de esos mal llamados "mileuristas" no estarán cargados de futuro?


Jürgen Habermas, fragmento de Ciencia y técnica como "ideología" (1968), traducción española por Manuel Jiménez Redondo (Tecnos, Madrid, 1986)

"La vieja política, aunque sólo fuera por la forma que tenía la legitimación del dominio, se veía obligada a definirse en relación con fines prácticos: las interpretaciones de la «vida feliz» se referían a relaciones de interacción, cosa que puede afirmarse todavía de la ideología de la «sociedad civil». Por el contrario, el programa sustitutorio hoy dominante se endereza sólo al funcionamiento de un sistema regulado. Excluye las cuestiones prácticas y con ello la discusión sobre criterios que sólo podrían ser materia de una formación democrática de la voluntad política. La solución de tareas técnicas no está referida a la discusión pública, ya que lo único que ésta haría sería problematizar las condiciones marginales del sistema dentro de las cuales las tareas de la actividad estatal se presentan como técnicas. La nueva política del intervencionismo estatal exige por eso una despolitización de la masa de la población. Y en la medida en que quedan excluidas las cuestiones prácticas, queda también sin funciones la opinión pública política.

En cualquier caso, el marco institucional de la sociedad sigue siendo todavía algo que no se identifica con los subsistemas de acción racional con respecto a fines. Su organización sigue siendo una cuestión de la práctica ligada a la comunicación, y no solamente un problema técnico, aunque la técnica sea de cuño científico. De ahí que la suspensión de las cuestiones prácticas que lleva aneja la nueva forma de dominación política sea algo que no resulta comprensible sin más.

El programa sustitutorio legitimador del dominio deja sin cubrir una decisiva necesidad de legitimación: ¿Cómo hacer plausible la despolitización de las masas a estas mismas masas?

Marcuse podría responder: en este punto la ciencia y la técnica adoptan también el papel de una ideología.

Una nueva zona de conflictos, en lugar del virtualizado antagonismo de clases y prescindiendo de los conflictos que las disparidades provocan en los márgenes del sistema, sólo puede surgir allí donde la sociedad del capitalismo tardío tiene que inmunizarse por medio de la despolitización de la masa de la población contra la puesta en cuestión de la ideología tecnocrática de fondo: precisamente en el sistema de la opinión pública administrada por los medios de comunicación de masas. Pues sólo ahí puede quedar afianzado el encubrimiento que el sistema exige de la diferencia entre el progreso de los subsistemas de acción racional con respecto a fines y las mutaciones emancipatorias en el marco institucional —entre cuestiones prácticas y cuestiones técnicas—. Las definiciones permitidas públicamente se refieren a qué es lo que queremos para vivir, pero no a cómo querríamos vivir si en relación con los potenciales disponibles averiguáramos cómo podríamos vivir.

Resulta muy difícil pronosticar quién podría avivar esas zonas de conflicto. Ni el viejo antagonismo de clases ni el subprivilegio de nuevo cuño contienen potenciales de protesta que por su propio origen tiendan a la repolitización de esta opinión pública disecada. El único potencial de protesta que a través de intereses reconocibles se dirige a las nuevas zonas de conflicto surge principalmente entre determinados grupos de estudiantes. Voy a referirme a tres tipos de constataciones:

1. El grupo de protesta que constituyen los estudiantes es un grupo privilegiado. No representa ningún interés que surja de forma inmediata de su posición social y que pudiera ser satisfecho de modo conforme con el sistema con un aumento de compensaciones sociales. Las primeras investigaciones americanas sobre los activistas estudiantiles confirman que no se recluían en las capas del estudiantado en ascenso social, sino en capas del estudiantado que gozan de una posición favorable en lo que se refiere a status y que provienen de estratos sociales económicamente favorecidos.

2. Las ofertas de legitimación que hace el sistema de dominio no parecen resultarles convincentes a estos grupos por razones plausibles. El programa sustitutorio con que el Estado social reemplaza a las ideologías burguesas tras el desmoronamiento de estás comporta una orientación hacia el status y el rendimiento.

Pues bien, según las mencionadas investigaciones, los activistas estudiantiles parecen menos privatisticamente orientados hacia la carrera profesional y a la creación de una familia que el resto de los estudiantes.

Sus rendimientos académicos están por lo general por encima de la media y su proveniencia familiar no fomenta un horizonte de expectativas que estuviera determinado por la anticipación de las coacciones previsibles del mercado de trabajo. Los activistas estudiantiles, que con frecuencia provienen de las especialidades de ciencias sociales, las de historia y filología, resultan más bien inmunes frente a la conciencia tecnocrática, ya que las experiencias primarias hechas en su propio terreno de trabajo universitario no concuerdan con los supuestos fundamentales de la tecnocracia.

3. En un grupo así constituido el conflicto no puede versar sobre la proporción de disciplina y cargas que se le exigen, sino solamente sobre el tipo de renuncias que se le imponen. Por lo que los estudiantes luchan no es por una mayor participación en las compensaciones sociales del tipo disponible, como son los ingresos y el tiempo libre. Su protesta se dirige más bien contra la categoría misma de «compensación». Los pocos datos de que disponemos abonan la sospecha de que la protesta de estos jóvenes provenientes de familias burguesas no concuerda ya con el modelo del conflicto de autoridad. Los estudiantes activos tienen más bien padres que comparten sus actitudes críticas; con relativa frecuencia han crecido en un ambiente de más comprensión psicológica y de unos principios educativos más liberales que los grupos de control no activos. Su socialización parece haberse llevado acabo en subculturas exentas de premuras económicas inmediatas, en las que las tradiciones de la moral burguesa y de sus derivaciones pequeño burguesas han perdido su función, de tal forma que el «training» para la sintonización con las orientaciones valorativas de la acción racional con respecto a fines, no incluye ya la fetichización de este tipo de acción. Estas técnicas de educación pueden posibilitar experiencias y favorecer orientaciones que chocan frontalmente con la conservación de una forma de vida propia de una economía de la pobreza. Sobre esta base puede cristalizar una incomprensión y rechazo de principio de la reproducción absurda de virtudes y sacrificios que se han hecho ya superfluos; un no entender por qué la vida del individuo, pese al alto grado de desarrollo tecnológico, sigue estando determinada por el dictado del trabajo profesional, por la ética de la competitividad en el rendimiento, por la presión de la concurrencia de status, por los valores de la cosificación posesiva, y por los sucedáneos de satisfacción ofertados, ni por qué han de mantenerse la lucha institucionalizada por la existencia, la disciplina del trabajo alienado y la eliminación de la sensibilidad y de la satisfacción estéticas.

Para esta sensibilidad tiene que resultar insoportable la eliminación de las cuestiones prácticas del espacio público despolitizado. Pero de todo ello sólo puede resultar una fuerza política si esa sensibilización afecta a algún problema sistémico insoluble. Y a mi entender en el futuro puede plantearse un tal problema. Efectivamente, la proporción de riqueza social que crea un capitalismo industrialmente desarrollado y las condiciones tanto técnicas como organizativas bajo las que se produce esta riqueza, hacen cada vez más difícil vincular la atribución de status, aunque sólo sea de forma subjetivamente convincente, al mecanismo de la evaluación del rendimiento individual. Por eso, la protesta de los estudiantes podría acabar destruyendo a la larga esta ideología del rendimiento que empieza a resquebrajarse, y, con ello, derrumbando el fundamento legitimatorio del capitalismo tardío, que ya es frágil, pero que está protegido por la despolitización."

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