Fin de la autorregulación
Luis de Sebastián/ elperiodico
En las dos últimas décadas han desaparecido o han sido comprados una serie de bancos de inversión: Barings, SG Warburg, JP Morgan, Bear Sterns, Lehman Brothers, Merril Lynch... y hoy parece que Goldman Sachs también tiene problemas. Solo queda más o menos entero Morgan Stanley (que ya fue vendido a Deam Witter en 1997). En Estados Unidos los bancos de inversión son diferentes de los bancos comerciales normales, que toman depósitos y hacen préstamos y nada más. Estos últimos no hacen hipotecas, ni pueden vender acciones o colocar emisiones de bonos --funciones reservadas a la banca de inversión--, ni hacer seguros --que queda para las aseguradoras.
En Norteamérica no se conoce la banca universal, como la nuestra, que hace de todo, hasta dar vajillas y bicicletas de premio. La separación de funciones se debe a la ley Glass-Steagal, de 1933, que se aprobó en plena Gran Depresión para salvar a cientos de instituciones financieras, que se dedicaban a todo tipo de actividades y acumulaban riesgos enormes con perjuicio de los depositantes. Los bancos comerciales fueron estrictamente regulados para proteger a los depositantes. Se fundó FDIC, una Corporación Federal para asegurar (hasta 100.000 dólares por cada cuenta) los depósitos de los clientes. En este modelo, los banqueros extraen su beneficios de la intermediación bancaria: la diferencia entre lo que pagan a los depositantes como intereses y los rendimientos que les proporciona las inversiones de los depósitos. Posteriormente, se les permitió cobrar pequeñas cantidades por servicios como trasferencias telegráficas, internacionales y similares.
En cambio, los bancos de inversión no estaban sometidos a una regulación semejante. Dado que no recibían depósitos de los ciudadanos, no preocupaba al Gobierno su solvencia con los depositantes. Desde muy pronto, los bancos de inversión comenzaron a tomar volumen y sus operaciones crecieron en variedad y número. Se suponía implícitamente que estos bancos se regulaban a sí mismos, que conocían los riegos de sus inversiones mejor que nadie, y que, por la cuenta que les traía, no se iban a meter en negocios que les supusieran pérdidas. El interés propio se convirtió, así, en regla e instrumento de regulación de la banca de inversiones. Estos bancos han gozado de 30 años de libertad y prosperidad, y pronto emplearon a miles de personas, las mejor formadas en derecho, economía, finanzas o ingeniería, cuyos salarios fueron los más apetecidos en las escuelas de negocios. Con el tiempo, estas grandes empresas de Wall Street fueron comprando pequeñas instituciones mercantiles de Londres, Hong Kong, Sydney, Buenos Aires... hasta convertirse en el instrumento preferido de la internacionalización del capital. Han reinado en las finanzas como soberanos, sin intervenciones de los gobiernos, autorregulados. Hasta que se han estrellado.
El martes pasado escribía el diario británico Financial Times en su editorial: "El mundo no se ha acabado. La economía internacional todavía no se ha colapsado. Pero una cosa es ahora muy clara: el sistema bancario como lo hemos conocido ha fallado". Yo añadiría: el sistema financiero norteamericano movido por la avaricia, neoliberal y autorregulado, también. De aquí en adelante, el funcionamiento de este modelo en el mundo tendrá que ser distinto. Se impone la regulación, por lo menos tan estricta como la que la ley Glass-Steagall impuso a la banca tradicional. Lo resume el analista Paul Krugman cuando pregunta: "Si los bancos de inversión son salvados como si fueran bancos comerciales, ¿por qué no se los regula como se regula a los bancos comerciales?". Argumento contundente. La regulación tiene que traer la solución al presente caos creado por la avaricia desmedida.
Esperemos que los políticos y los financieros que mandan en Estados Unidos se den cuenta de que, por la credibilidad básica del sistema financiero y por la más elemental justicia social, es necesaria una política de control de riesgos que, siendo buena para ellos, lo sea desde luego para toda la sociedad.
Etiquetas: autorregulación, capitalismo financiero, dinero fácil, Estados Unidos
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