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domingo, septiembre 21, 2008

Esto no son las Fallas, estamos en septiembre

Ángel Laborda/ elpais

Si estuviéramos a mediados de marzo, hubiéramos pensado que los mercados financieros estaban celebrando esta semana las Fallas. La Mascletà ha sido impresionante, posiblemente haya más, pero seguro que éste ha sido el punto más caliente de la fiesta. Pido disculpas por esta broma, pues el tema es muy serio, pero no me negarán que ambos espectáculos coinciden en su impacto sobrecogedor.

Lo que hemos contemplado no es una fiesta, por supuesto. Si hubiera que compararlo con algún suceso, lo más parecido sería un huracán. Los daños y consecuencias sobre la economía mundial serán muy importantes. En primer lugar, esto supone una pérdida de riqueza enorme, con el consiguiente efecto pobreza, que se acumula al que se está produciendo por la caída del valor de los activos inmobiliarios. En segundo lugar, aumenta la desconfianza entre las instituciones financieras, ya en mínimos desde hace un año, y entre los clientes y dichas instituciones, lo que dificulta el buen funcionamiento del sistema financiero, que se basa en la confianza. En tercer lugar, reduce la capacidad de financiación de las entidades financieras. Todo esto supone que la actual situación de endurecimiento del crédito, en sus dos vertientes, restricción y encarecimiento, va a proseguir durante bastante tiempo. Y todo ello, unido al efecto pobreza y al deterioro de las expectativas, va a hundir el gasto en consumo e inversión productiva más allá de la moderación que ya se viene observando. Como consecuencia, las empresas tendrán que reducir la producción y el empleo, muchas no podrán hacer frente a sus obligaciones financieras y dejarán de pagar. Este deterioro de la economía real afectará, a su vez, a las cuentas y balances de las instituciones financieras, y vuelta a empezar. A esto se le llama recesión, independientemente de si el PIB cae o no durante dos trimestres consecutivos.

Este contexto económico-financiero mundial afecta, en mayor o menor grado, a todos los países, pero algunos parecen estar mejor colocados que otros para superar la situación. No es por llevar la contraria al Gobierno, pero me parece que España no se encuentra entre ellos. Tenemos nuestras fortalezas, sí, pero debemos ser conscientes también de nuestras debilidades, sólo así podremos tomar medidas para corregirlas. Esta semana se han publicado unos datos que ponen de manifiesto una de nuestras debilidades más notorias, la pérdida de competitividad derivada del diferencial de inflación de costes de producción y de la baja productividad. Según la ETCL, publicada el viernes por el INE, los costes laborales por trabajador aumentaron en el segundo trimestre a una tasa interanual del 5,3%, después de hacerlo un 5,1% en el primero. Unos días antes, Eurostat nos decía que el coste laboral por hora en el primer semestre del año aumentó un 5,2% en España frente a 3,1% en la zona euro. Pero el problema no es sólo de este semestre. Como se ve en el gráfico superior izquierdo, desde 1998 hasta el segundo trimestre de 2008 los costes horarios en la industria han aumentado en España un 52%, frente a un 26% en Alemania y un 36% en la eurozona. Algo similar a esto nos cuenta el gráfico superior derecho, en el que podemos ver cómo los costes laborales por unidad producida (CLU) en la industria han aumentado entre 1998 y 2007 un 12% más en España que en la zona del euro y un 24% más que en Alemania.

Hay otros datos que también nos dicen que España no está bien situada para atraer inversión productiva. Nuestra estructura fiscal no se parece en nada a la de los países con mejores resultados. Como se ve en los gráficos inferiores, el tipo del impuesto de sociedades español es mucho más alto que los de los países nórdicos y del centro de Europa (igual que las cotizaciones sociales), mientras que el IVA es mucho más bajo. Todos estos países financian su Estado de Bienestar (que, respecto a los países nórdicos, es mucho más potente que el nuestro) de otra manera que nosotros, de tal forma que los costes de producción de sus empresas son menores y su rentabilidad, mayor. Con ellos no podemos competir; con Alemania, tampoco, por nuestra baja productividad; con China... ¿A qué nos vamos a dedicar? ¿A construir viviendas de nuevo? Como se ve, se pueden y se deben hacer reformas que traigan ese deseado cambio en el modelo de crecimiento.

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