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jueves, agosto 14, 2008

Aniversario infeliz de una crisis

Josep Oliver/ elperiodico

Hace unos días se cumplió un año del inicio de la crisis financiera internacional. Aquel 9 de agosto del 2007, los mercados asistieron atónitos a una masiva intervención del BCE y de la Fed para estabilizar el precio del dinero. Finalizó entonces una época de dinero barato, baja inflación, intenso crecimiento económico y fuerte creación de empleo. Lo que podríamos denominar, ciertamente, una década prodigiosa.

Y aunque su final coincidió con el estallido del boom inmobiliario español, no hay que olvidar las raíces internacionales de los problemas que hoy nos aquejan. En especial, el choque recesivo provocado por las restricciones de crédito, que continúan en los mercados internacionales y que tanto están afectando nuestro sistema financiero, así como los efectos recesivos (además de inflacionarios) de las alzas del petróleo y otras materias primas. Problemas que aquejan a todos, tanto en los EEUU como en Europa. Gran Bretaña se encamina a la recesión, la producción industrial francesa se hunde, el PIB alemán se estanca e Italia presenta ya un crecimiento negativo.

Una vez este penoso periodo haya finalizado, habrá que extraer lecciones de los errores pasados. Y la primera de ellas sugiere que, con unos tipos de interés excesivamente bajos, nuestro sector público no actuó con la suficiente dureza. De hecho, no compensó, vía una política fiscal más restrictiva, los excesos que se estaban generando y, entre el 2002 y el 2007, no fuimos capaces de conseguir un superávit público suficiente para frenar un crecimiento excesivo. Por el contrario, las demandas de reducción impositivas fueron atendidas por distintos gobiernos, añadiendo más leña a una caldera que tenía excesiva presión.

Cierto que en todas partes cuecen habas. Pero a cada uno según sus responsabilidades. Y aunque algunas razones de lo que nos sucede proceden del exterior, otras habrá que achacarlas a nuestros errores. Y, en este contexto, sí era nuestra responsabilidad no dejar el país expuesto a cambios internacionales como los acaecidos. En economía, como en la vida misma, nada es inevitable.

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