Poco más que los 'okupas'

Joaquín Leguina/ Gaceta de los Negocios

El CIS acaba de publicar las “notas” con las que sus encuestados han calificado a las distintas organizaciones sociales, desde los ecologistas a los okupas, pasando por los partidos políticos. Las calificaciones van del 1 al 10, representando el número 1 el mayor desprecio y el 10 el máximo aprecio. En la última encuesta sólo aprueban las siguientes organizaciones-tipo: “Movimientos pro derechos humanos” (7,6), “Protectores de los animales” (7,2), “Ecologistas” (6,4), “Pacifistas” (5,8) y “Asociaciones de apoyo a emigrantes” (5,8). Esos aprobados tienen su lógica, pues ¿quién puede tener algo en contra, por ejemplo, de los “protectores de animales”? Todos los demás suspenden y cuanto más conocidos y concretos son los movimientos, peor nota obtienen. La peor calificación, un suspenso clamoroso, la obtiene el “Movimiento okupa” (2,4)… pero no lejos de él, en el penúltimo lugar, aparecen los “Partidos políticos” (3,7). ¿Por qué?

Porque los partidos son los únicos entre los examinados que se pelean entre ellos a cara de perro y sin tregua. Pero, además, su valoración no ha hecho sino caer, y es esa caída lo que debiera preocupar, porque aquí, como en la mayoría de los países europeos, nuestra Democracia es una “Democracia de partidos”.

Mas, la realidad es que a los aparatos burocráticos de los partidos, dueños y señores que mandan y ordenan como sátrapas en el tinglado partidario, estas (des) calificaciones no les preocupan en absoluto. Aparatos y aparatchiks que, por supuesto, no están dispuestos a cambiar ni en un ápice sus perversos sistemas de selección de personal, tampoco la infumable exhibición teatral con que adornan sus representaciones mitineras ni, por supuesto, la trivialidad de sus planteamientos programáticos.

Para medir hasta dónde ha llegado el deterioro político en España bastaría con comparar los curricula de quienes organizaron y llevaron a cabo la transición con los que se adornan los actuales líderes españoles. Sólo nos queda —y no como consuelo— preguntarnos: ¿En manos de quiénes estamos? Y a continuación, a la vista del panorama, podemos gritar: ¡Socorro!