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domingo, diciembre 02, 2007

Los límites del liberalismo

GACETA DE LOS NEGOCIOS

No es lo mismo la economía social de mercado que el neoliberalismo capitalista

No acostumbran entre nosotros los políticos a andarse con teorías. Son, en estricto sentido, pragmáticos. Por una parte, temen que sus declaraciones más generales puedan volverse contra ellos cuando la política real les lleve a defender algo opuesto a lo que teóricamente habían mantenido. De otro lado, la mayoría no van precisamente sobrados de equipaje intelectual. Hace tiempo, por lo general, que dejaron los libros. Se alimentan de medios de comunicación y muchos de ellos leen en sus discursos los textos que otros les preparan.

De ahí que haya llamado positivamente la atención el reciente libro de José María Aznar. En sus Cartas a un joven español, expone en primera persona sus principales ideas acerca de la actuación política en el actual panorama español e internacional. Lo que más favorablemente impresiona de este libro es que está bien escrito: no es exagerado ni agresivo, nada aparece como dirigido contra alguien en concreto, no utiliza tópicos ni palabras gastadas por el uso y el abuso. En definitiva es un texto que se deja leer con serenidad.

No parece preocuparle a Aznar, de entrada, lo políticamente correcto. Enfatiza, por ejemplo, el decisivo papel social y educativo de la familia. No le duelen prendas de citar con cierta frecuencia a Juan Pablo II y a Benedicto XVI. Se toma en serio las cosas serias y no intenta hacerse el simpático ni agradar a todos. Sabe que escribe para un público conservador, pero huye de las añoranzas y del tremendismo.

En algunos pasajes le parece al lector que no está frente a un político latino, tan moderadas (y hasta frías) se presentan las posturas que defiende. Entre los muchos autores que cita, destacan las ideas de Alexis de Tocqueville, llenas de ponderación y realismo. Su concepción de la acción política se aleja por lo general de ideologías y utopías, para centrarse en las preocupaciones concretas a las que debe atenerse un gobernante. Genuinamente demócrata, considera la democracia más como un método —el mejor— que como una especie de ungüento amarillo que todo lo cura.

La única excepción a semejante actitud viene dada por su continua apelación al liberalismo, del que parecen derivarse todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Es en este punto donde se echan de menos los matices y la capacidad de aceptación de críticas. Porque la visión occidental de la vida social no se agota en el liberalismo, aunque nuestro ex presidente subraye más su positivo valor de la defensa de la libertad que la tan problemática presencia del individualismo.

Pero lo cierto es que la corriente de pensamiento que proviene de Adam Smith, aquí siempre favorablemente citado, no se encuentra al reparo de serias objeciones, tanto desde una perspectiva histórica como desde una consideración de la actual situación del mundo.

Nadie en su sano juicio discute hoy la eficacia de la economía de mercado. Ahora bien, caben de ella diversas interpretaciones. No es, por ejemplo, lo mismo la economía social de mercado que el neoliberalismo capitalista. Y no resulta fácil demostrar que esta segunda versión sea la preferible. No lo sería, evidentemente, bajo un enfoque que se inspirara en la insistencia del cristianismo en la solidaridad y en la justicia social.

Por ejemplo, ni el Papa actual ni su predecesor han dejado de poner serios reparos éticos al lado oscuro de la globalización, fenómeno que está conduciendo a una mayor desigualdad entre las naciones e incluso entre los ciudadanos de un mismo país. Sin ir más lejos, la participación de los asalariados en la riqueza que España genera viene descendiendo desde hace años. La cara menos grata del liberalismo es su déficit de equidad.

No resulta extraño, entonces, que los temas sociales y culturales apenas sean considerados por José María Aznar. Sería injusto pedirle que afrontara todos los puntos a los que debe referirse algo así como un programa electoral, cosa que este libro no pretende ser ni de lejos. Se trata más bien de un problema de sensibilidad.

En primer lugar, la concepción actual de una sociedad abierta no puede prescindir en modo alguno de la dinámica de la innovación. España sólo será un país decididamente moderno si pone en primer término el empeño en la investigación y en la calidad de la enseñanza, especialmente a nivel universitario. Y, aunque se trate de una cuestión más añeja, es muy cierto que los ciudadanos de la Europa actual no están dispuestos a renunciar a una protección social segura y estable, aunque el logro de la calidad de vida no debe correr preferentemente por cuenta del Estado sino de la sociedad civil.

Por más que no falten quienes nieguen la evidencia, es una realidad indudable la profunda crisis de la izquierda. Resulta por ello una lástima la existencia de áreas políticas que todavía se antojen como reservadas a quienes se llamaron progresistas, pero ya no lo son ni lo parecen.

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