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martes, octubre 16, 2007

Salario mínimo interprofesional

GACETA DE LOS NEGOCIOS

A veces la bienintencionada protección perjudica a aquellos colectivos a los que pretende defender. Por ejemplo, un fuerte encarecimiento de los costes de despido acaba desincentivando la contratación y agrandando las asimetrías entre los que ya están ocupados (insiders) y los parados (outsiders).

Algo similiar sudece con el Salario Mínimo Interprofesional (SMI). En principio, nada más loable que el propósito del ministro de Trabajo, Jesús Caldera, de elevarlo hasta los 816,5 euros al mes en 2012, y hasta los 1.111 en 2016. Pero las remuneraciones no se fijan por decreto. La medida beneficiará a los perceptores del Salario Mínimo Interprofesional que logren conservar el empleo, pero para muchos empleadores dejará de ser rentable la contratación de jóvenes y trabajadores poco cualificados. Éstos acabarán en el paro o en la economía sumergida.

Se trata de hechos bien documentados en la literatura académica. Un estudio realizado en Francia revelaba que su relativamente alto Salario Mínimo Interprofesional explica una parte importante del paro entre las mujeres casadas, así como las escasas perspectivas de empleo de los jóvenes y los musulmanes.

Por otra parte, un salario mínimo mayor también encarecería el precio de la comida rápida y otros bienes cuya elaboración es muy intensiva en mano de obra y que, culturalmente, consumen en mayor medida las clases menos pudientes. Desde luego, no son efectos que deban enorgullecer a un Gobierno con gran sensibilidad social.

Más discutible es el efecto inflacionista de la medida. Cuando las revisiones se trasladan automáticamente a otras rentas (pensiones, ayudas, becas, subsidios, etc.), este efecto resultaba evidente. Pero ese inconveniente se ha mitigado con la elección del Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples (IPREM). No obstante, la subida del SMI afecta directa o indirectamente a casi un millón de trabajadores. Es verdad que de las agoreras predicciones de los economistas no ha habido rastro, ni en la inflación ni en el empleo durante la actual legislatura. La explicación hay que buscarla en que partimos de niveles retributivos muy bajos. Pero Caldera no debería dejar caer en saco roto las prudentes palabras del vicepresidente económico.

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