La muralla de Ávila
DENUNCIAS POR VIVIENDA
La vista de la muralla de Ávila era lo que primero sorprendía a quien llegaba a la ciudad construida sobre una llanura. Hilera de piedras en consonancia. Zzz la vio por vez primera con pocos años, tras los cristales del automóvil de su padre, un renault 8. Si la miramos con sus ojos, aquellos ojos, vemos la piel de una serpiente mientras pasaban las torres almenadas y las piedras, llenas de pecas de musgo, iban guiando la línea del cerco entre aldabas de hierro y puertas abiertas. Y Zzz, si recuerda -y nosotros, fisgones lectores, recordamos con él-, tontamente, arrodillado en el asiento trasero, pensaba: qué falta hará este estafermo. En Ávila, los ojos se iban lo primero a la cáscara de piedra de la muralla. Se iban. Ya no. Moles de chalés adosados y casas de cuatro alturas taponan ahora la visión. Unamuno la vio, en sus Andanzas y visiones españolas, como un crustáceo: con el esqueleto por fuera y la carne por dentro. Y esa misma imagen emplea en unos versos de un romancillo de su Cancionero donde la dibuja, Ávila: "(...) Tu sede se eriza de almenas / a fuera; por dentro, en el ábside / la sangre cuajó en los sillares / la luz en visiones gigantes. / Sestea los siglos el toro / berroqueño, los trasumantes, / duros rabadanes celtíberos/ visitan en sombras errantes / la vieja cañada borrada, / arteria de Iberia en que late / la vida escondida del alma / que al pasar de la mesta pace (...)"
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