Denuncias por vivienda

Contra la vivienda indigna. V de Vivienda. Todos juntos podemos.

lunes, abril 06, 2009

El lado sucio

Gabriel Albiac/ abc

«ERA una época en que quedaba bien conocer a un gángster. Una especie de snobismo al revés», relata la protagonista de esa obra mayor de la novela negra clásica que es La hermana pequeña de Raymond Chandler. La España de los tres últimos decenios parece calcada sobre esa literaria imagen del Chicago de los años treinta. En su cegador brillo de lentejuela y rímmel. Que declina en quincalla, fulgor de vidrio roto y basurero. Es la nuestra una versión muy mejorada. Porque esta vez, para acotar la distinción tan tenue entre gran hombre y pistolero, hay una perfecta ausencia de criterio. La ley impera sólo selectivamente. Y fuera de ella queda una primordial casta compleja: la dorada amalgama de los amos del dinero y del Estado.

Comienzan a caer las Cajas. Porque el súbito estrellarse de la de Castilla la Mancha no es más que síntoma. El primero. De una enfermedad terminal que todos los partidos políticos conocían: era obra suya. Y que todos negaban, porque, al fin, eran todos por igual beneficiarios del enfermizo invento. ¿Qué es una Caja de Ahorros? ¿Qué encubre hoy, en España, la venerable denominación, que un día se dio a sí misma como misión pía suplir benefactoramente el despiadado imperio de la rentabilidad sin más, que define el ser o no ser de los bancos? Queda una ficción muy difícilmente creíble. Bajo la cual se enraízan las poco verosímiles finanzas de los partidos políticos. De todos. Cada uno en su feudo. Que, en español del siglo veintiuno, se dice autonomía.

Porque una Caja de Ahorros es una realidad verdaderamente extraña. Banco convencional, por su necesaria dependencia de lo rentable. Pero no banco privado. Empresa en la cual manda por ley el partido político que gobierna la autonomía sobre cuyo territorio alza la Caja en cuestión su formidable imperio de banca paralela. No es fácil entender que en una Unión Europea que proscribe la intervención estatal de la economía, una fracción esencial del capital financiero siga en manos, no ya de la Administración Central, sino de los cacicatos políticos locales: esos que han convertido a España en un ruinoso reino de taifas sin viabilidad económica. Y, en la certeza de esa ausencia de cualquier viso de racionalidad en tal invento de banca semi-pública, no hay cabeza ciudadana a la cual no le ronde la sospecha de que, al cabo, no estemos llamando Cajas de Ahorros a lo que son, antes que nada, Cajas B de los partidos. Sencillamente, porque nada en buena ley impide que lo sean. En los tiempos de fantástica euforia durante los cuales fue forjada la bancarrota sin fondo de ahora, la gran farsa funcionaba con la elegancia de un reloj suizo. Eran las reglas del juego. Ahora hay que pagar la fiesta. Y el reloj lo es de arena. Y no hay un duro. Moltó en la Caja de Castilla la Mancha -aquel mismo histriónico Hernández Moltó de las miradas a los ojos del Mariano Rubio milagrosamente enriquecido- no es hoy mucho más que hipérbole -o, si así se prefiere, caricatura- del tenebroso romance entre política y dinero a gran escala que defina la España de después del franquismo. Mírenlo bien, ahora que ya está a punto de estrellarse contra su destino. En las líneas de su rostro se dibuja el mapa moral de nuestro tiempo.

Tiempo de novela negra. Tiempo del gran desmoronamiento: en lo moral aún más que en lo financiero. Raymond Chandler. El largo adiós, canon del género. Diálogo entre cierto poli no más corrupto de lo imprescindible y un Philip Marlowe como siempre apaleado: «El delito organizado no es más que el lado sucio de la lucha por el dólar...» «¿Y cuál es el lado limpio?» «No sé. No lo he visto nunca».

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