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martes, junio 24, 2008

Zapatero y el club del ladrillo se lamen las heridas

Carlos Sánchez/ cotizalia
Foto: Efe


¡Taguas!, ¿qué tal te va? Pasaban las dos de la tarde y la voz de José Manuel Entrecanales sonó como un viejo obús de la Guerra Civil en los bajos del tosco y larguirucho edificio de la calle Huertas, y que hoy ejerce de guardián del madrileño Barrio de las Letras. (En la imagen, el presidente del Gobierno estrecha la mano de Emilio Botín, presidente del Banco Santander.) Allí se ubicaron una vez la redacción y las hermosas rotativas del diario Pueblo. Ya saben, aquel variopinto y peculiar periódico de los sindicatos verticales del franquismo que sucumbió, como no podía ser de otra manera, con la democracia. Hoy es la sede del Consejo Económico y Social, pero ayer recuperó algo del antiguo régimen.

Ladrilleros y Gobierno se volvían a ver las caras demostrando quién manda en este país. Y para llegar a esta conclusión sólo hay que ver la camaradería en las relaciones personales entre el antiguo asesor económico de la Moncloa y uno de los ladrilleros de mayor tronío, el joven ‘entreca’, chaqueta clara para marcar las diferencias con el resto de sus contertulios. Florentino Pérez, a su lado, observaba el abrazo de dos antiguos conocidos curtidos en viejas batallas eléctricas, pero que hoy trabajan en la misma trinchera. Pedro López Jiménez, el presidente de Unión Fenosa, asistía a la carantoña con una sonrisa entre los labios después de haber hecho algunas confidencias al oído de Zapatero. Mientras que Juan Miguel Villar Mir, que nunca da una puntada sin hilo, aprovechaba la ocasión para resolver asuntos pendientes. Fernando Martín ya se había ido, y fue entonces cuando alguien preguntó por Botín -hay apellidos que no requieren nombre de pila-, pero el banquero cántabro, después de hacer la pleitesía correspondiente, ya se había marchado después de saludar afectuosamente a José María Fidalgo y Cándido Méndez. Botín no bajó al cóctel, lo que demuestra su política de prioridades y, sobre todo, las jerarquías existentes dentro de la aristocracia económica.

El hecho de que la flor y nata del empresariado patrio escuche un informe económico del presidente del Gobierno no es, desde luego, noticioso. Lo reseñable es que las peroratas del Ejecutivo -en particular cuando salen de los labios de Miguel Sebastián- siempre tengan los mismos comensales. Al parecer ávidos de devorar un discurso que conocen al dedillo dado el tiempo que dedican a escuchar las palabras del Gobierno.

Ágapes con el poder político

Y es que los emperadores del ladrillo y del kilovatio, que en España son la misma cosa, son ya una especie de ‘equipo médico habitual’ que asiste de forma disciplinada a cualquier ágape con el poder político. Ya sea un desayuno, un almuerzo o una cena. Y no digamos nada cuando se trata de una toma de posesión. Siempre hay tiempo para estar cerca de la Moncloa. A un lado, están los ladrilleros. Al otro, el resto de mortales, lo que explica su facilidad para hacer corrillos de familia entre tanto gentío con canapé y refresco en la mano. Corrillos que un tecnócrata llamaría sectoriales.

Tan sectoriales que Miguel Sebastián (en el pasado jefe directo de Taguas y hoy eléctrico mayor del reino) siempre encuentra un hueco para departir con sus viejos camaradas de armas. Al contrario que Pedro Solbes, a quien esas cumbres del ladrillo no parecen interesarle lo más mínimo. Es verdad que tampoco muestran especial interés los ladrilleros en departir con el vicepresidente, aunque no porque no quieran, sino más bien porque saben que con el alicantino han pinchado en hueso. Solbes no quiere saber nada de ellos y eso se nota, por lo que el club del ladrillo dirige su pleitesía hacia Sebastián -a quien tratan como el futuro vicepresidente económico- o hacia Taguas; sin hacer ascos, por supuesto, a las ministras del ramo, como les gusta decir cuando están en corrillo: léase la sutil Beatriz Corredor y la resistente Magdalena Álvarez, que con el tiempo enterrará a todo el Consejo de Ministros. A ellos les trasladan sus cuitas y con ellos lamen sus heridas. Pero el Gobierno sabe que les necesita, y de ahí la entente cordiale.

Ahora, y tras el acto de ayer, el Consejo de Ministros tiene su hoja de ruta. Zapatero no habla de crisis, pero la sugiere. Tampoco menciona que el paquete de medidas tiene que ver con una especie de tratamiento de choque, pero también lo insinúa. Y es que el Gobierno se ha convertido en rehén de sus propias palabras. Solbes descalificó el ‘brutal’ paquete de medidas económicas que anunció el PP en campaña electoral porque en su opinión la economía española no requería un tratamiento tan severo para una enfermedad tan liviana. Pero ahora se encuentra con que el ajuste y el deterioro de la actividad están siendo más intensos de lo previsto, pero hete aquí que debe ocultar la enfermedad del paciente para no comerse sus propias palabras. Por eso, nadie osa hablar en el Gobierno de la necesidad de poner en marcha planes de choques. En su lugar, se ha optado por aprobar medidas anticrisis como si fueran píldoras de la felicidad, en lugar de un presentar un programa ambicioso de reformas con plazos concretos y dotación presupuestaria suficiente en el marco de una política económica estratégicamente definida.

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