Bancos contra cajas de ahorro
Martí Saballs Pons/ expansion
Un debate clásico del sistema financiero español se produce entre bancos y cajas de ahorro, que se reparten el cincuenta por ciento del mercado.
A los bancarios les duele competir con unos híbridos que no se sabe muy bien ni a quién ni qué representan. Y que, además, no tienen la Bolsa para enjuiciar su labor trimestre a trimestre. Las cajas de ahorro se defienden apelando a la tradición y al bien social que cumplen.
Tanto al dirigirse a segmentos de la población que los bancos desprecian como a las aportaciones a la sociedad que generan los dividendos de su obra social; por ejemplo, la Caixa se consolidará en 2008 como la quinta fundación mundial al destinar 500 millones de euros a obra social, lista que encabeza la fundación de Bill Gates y su esposa. Un bancario respondería que la idiosincrasia, la historia y recordar los montepíos suena perfecto, pero que ellos prefieren que sean sus accionistas quienes decidan cómo usar libremente el dinero a través de los dividendos. Añadirá que mientras un banco puede ser comprado por una caja, más difícil es -aunque no imposible desde un punto de vista jurídico, al poder comprar la red y los activos- que un banco compre una caja-. A la pregunta de qué entidades han sufrido más crisis, hay empate. Tanto a nivel español como internacional.
Estos debates, sanísimos, suelen producir urticaria entre los representantes de uno y otro estamento. Basta con que un bancario opine en voz alta y con micrófonos abiertos sobre las cajas, para que éstas respondan enfurecidas y agraviadas. No hay para tanto. Cada uno es libre de dar su opinión. Es indiscutible: desde el punto de vista del cliente, las cajas son un factor que añaden competencia y animan las guerras de activo y del pasivo, convirtiendo el mercado financiero español posiblemente en el más competitivo del mundo. Quienes somos y hemos sido clientes de bancos y cajas sabemos que tanto en uno como otro campo hay servicios y/o gestores óptimos y/o nefastos.
Sin embargo, las cajas tienen un matiz de perogrullo: hay cajas y... cajas. Las hay que mantienen su independencia de los poderes políticos, siendo un ejemplo y manteniendo un carácter territorial muy definido, en la que mandan de forma colegiada las asociaciones, fundaciones, impositores e instituciones civiles que las fundaron. Otras se han convertido en instrumentos financieros de autonomías y administraciones locales, que sirven para colocar a la parentela y los amigos de los políticos de turno o, peor aún, para situar a ex políticos amortizados que se exceden en su papel de presidentes no ejecutivos.
Deberíamos celebrar el día en que en las cajas no haya ni un solo político en sus consejos de administración, aunque esto en la actualidad suena a utopía. Hay cajas de ahorro, a lo largo de toda la geografía española, con ínfima transparencia informativa. Las cajas no deberían ser nunca menos transparentes que los bancos. De hecho, deberían serlo más. Empezando por dar a conocer las remuneraciones de sus cargos directivos. Entre otras razones, porque son entidades en que el carácter social es objeto de su existencia. Es una pena que propuestas para mejorar desde dentro su buen gobierno no hayan prosperado.
Quedan las dos grandes: La Caixa y Caja Madrid, ambas con grandes ambiciones. En el caso de la entidad catalana, la creación del hólding de participadas Criteria y su salida a Bolsa ha servido para diferenciar negocios y salir al paso de las críticas sobre su tamaño. Ha sido un paso que favorece el autodesarrollo de estas entidades sin tener que esperar más regulación. Que haya más.
Etiquetas: bancos, cajas de ahorro, Debate, obra social

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