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lunes, enero 28, 2008

El pesimismo de los economistas

Juan Velarde Fuertes/ abc

A muchas personas les pareció perfecta aquella expresión, muy querida de Carlyle, de que la economía era una «ciencia lúgubre». Sobre todo desde que Malthus señaló posibles peripecias que podrían generar un final terrible para el proceso de auge económico creciente provocado por la Revolución Industrial, y más concretamente con su negativa a admitir la Ley de las Salidas de Say, esa de que toda oferta crea su propia demanda. Algo más adelante, esto se acentuó cuando se iniciaron estudios serios sobre el ciclo económico.

Pero era una ciencia que señalaba de qué manera si no se tomaban determinadas medidas en concretas ocasiones, de momento molestas o, incluso, bastante dolorosas, el fruto iba a ser un desastre. Progresivamente, se observó que quien se conducía correctamente, de acuerdo con las leyes económicas, generaba de nuevo, automático, bienestar. Desde luego, esto exigía estar muy alerta ante los mandamientos de los economistas más señeros, y también, atentísimo a los mensajes críticos de éstos. Así, en determinado momento, era urgente aceptar que Böhm Bawerk había colocado un torpedo en el planteamiento del socialismo científico, con su «Zum Abschuluss des Marxschen Systems» publicado en los «Festgaben für Karl Knies» en 1896; o viniendo más acá, cuando Enrique Fuentes agitaba ante mí el ejemplar recién llegado de marzo de 1969, de «The American Economic Review», con el trabajo de Friedman, «The role of the monetary policy», mientras me decía que lo leyese a escape, porque «a partir de ahí tenemos que mirar de otro modo a Keynes, y sobre todo a derivados suyos, como la curva de Phillips». O sin ir más lejos, cómo la Escuela de Chicago destrozó al estructuralismo económico latinoamericano, sacando de paso a Chile de una situación penosísima, y en general, a toda Iberoamérica.

Todo esto exige, de modo implacable, plantear actitudes muy críticas respecto a mil medidas de esas políticas económicas simplistas que conducen siempre a la catástrofe. En medio de la inflación de los asignados, Mirabeau, el 6 de noviembre de 1789 pedía que los franceses se alejasen «más que nunca del recurso de los paliativos», que no fiasen a «la vuelta a tiempos más felices más que multiplicando -continuaba nuestros esfuerzos y nuestros medios para hacerlos nacer, y no a intentar, una vez más, con recursos ya rancios, arrojar nuestros problemas sobre los que vengan detrás de nosotros» porque «el reino de las ilusiones ha pasado; la experiencia nos muestra la perfidia de todo medio por el que la imaginación se encarga en solitario de crear los motivos de confianza».

Actuar así ha sido criticado con dureza por quienes sostienen que existe una España sin problema económico. Ortega y Gasset, por el contrario, elogió a aquellos hombres, entre ellos los economistas «obcecados por el estudio, (que) son los que más bien han sabido labrar a su patria, y no los que casquivamente se entretienen dictaminando sobre el patriotismo de los demás».

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