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viernes, diciembre 07, 2007

De Rato a Gallardón

Manuel Martín Ferrand/ abc

Rodrigo Rato se fue a Washington, al Fondo Monetario Internacional, como quien, después de un desengaño amoroso, decide ingresar en el Cister y seguir la regla de San Benito. José María Aznar, al señalar como heredero a Mariano Rajoy, marcó el final de su carrera política y, quien muy bien podría haber llegado a presidente del Gobierno, ha pasado a ser directivo de un banco internacional de negocios, Lazard, de mucho prestigio y segunda división. Nos deja a deber una explicación sobre su precipitada salida del FMI; pero tampoco es cosa de que, en el paisaje público que contemplamos, Rato sea el único que justifique sus decisiones. Especialmente cuando se corta la coleta para profesar en lo privado.

La fuga de Rato, un asunto que merece análisis para el diagnóstico de la enfermedad partitocrática que padecemos y pone en quiebra el sistema representativo, convierte al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, en la gran esperanza del PP. Rajoy es el presente; pero, dadas sus compañías y sus indecisiones, difícilmente llegará a protagonista en el futuro del centro derecha español. Es más, últimamente habla y predica como un socialdemócrata de pura cepa y, tan obsesionado parece por la «cuestión social», que le ha despejado un flanco a un PSOE en el que algunos, como el propio José Luis Rodríguez Zapatero, no desdeñan disfrazarse de liberales.

Tan claro es el futuro de Gallardón que estimula, ignoro si con espontaneidad o por inducción, el celo de la oposición socialista en el Ayuntamiento madrileño. Ahora le agreden, no sin razón, por una cuestión menor: los chirimbolos que, convertidos en soportes publicitarios, le producen una rentilla a las siempre voraces arcas municipales. Independientemente de la dudosa legalidad del concurso en el que se sustenta su concesión, debe reconocerse que son horripilantes. La degradación de eso que llaman mobiliario urbano y es, en realidad, reminiscencia de las industrias de los pícaros clásicos. Grandes pantallas que impiden el disfrute del paisaje y que nos obligan a contemplar la ciudad con las mismas limitaciones de visión que tienen los caballos de los picadores cuando salen al redondel.

Tal y como están las cosas, en la política nacional y en la concreta peripecia del PP, lo que debiera hacer Gallardón es llenar las calles de burladeros. Podrían ser soportes válidos para la publicidad comercial y, bien arraigados en la tradición española, además de no dificultar la visión de los transeúntes tendrían la utilidad de ofrecer refugio a los ciudadanos ante la embestida de los muchos morlacos públicos que suelen agredirnos al menor descuido. Si hubieran estado ahí, disponibles, posiblemente Rato estaría hoy en las listas electorales del PP y no en las de visitantes de los grandes inversionistas españoles.

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