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lunes, julio 23, 2007

La política del BCE y el poder de Bruselas en competencia enfrentan a Francia y Alemania

MARIBEL NÚÑEZ. CORRESPONSAL EN BRUSELAS
abc.es, 23/7/2007

Más allá de los gestos amistosos que se prodigan en público, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel se encuentran enfrentados por dos temas que pueden parecer menores, pero que resultan de vital importanci para sus respectivos países: la política del BCE y los poderes que ha de tener la Comisión Europea en materia de competencia.

El hecho de que el mismísimo presidente de la República Francesa asistiera hace unos días a la reunión de ministros de Economía del euro (Eurogrupo) en Bruselas fue tan sólo un anticipo de lo que le espera a Europa a corto plazo: nada más y nada menos que el intervencionismo francés. Sin embargo, Sarkozy se ha topado de frente con la todopoderosa Alemania.

En realidad, la mencionada visita tenía como objetivo explicarle a los máximos representantes del euro, incluido el Presidente del Banco Central Europeo (BCE), el también francés Jean-Claude Trichet, las razones por las que Francia no iba a poder cumplir con el compromiso adquirido por su anterior Gobierno de conseguir el déficit público cero en 2010, entre otras cosas porque el país galo va a hacerle un regalo a sus ciudadanos en forma de bajada de impuestos por importe de 13.000 millones de euros, lo que hará que las cuentas públicas francesas no se puedan equilibrar hasta 2012.

Sin embargo, Sarkozy, después de explicar las razones por las que no va a cumplir con el Pacto de Estabilidad, fue más allá y sugirió que los países deben tener derecho a intervenir en la política monetaria que lleva a cabo el BCE, y ahí se abrió la caja de pandora.

Más flexibilidad

En realidad lo que propone Sarkozy es que el BCE sea más flexible, y menos independiente por tanto, de modo que intervenga para rebajar la cotización del euro frente al dólar, cuyos niveles elevados están perjudicando a las exportaciones francesas hacia Estados Unidos, o para no subir más los tipos de interés oficiales en la Eurozona, de modo que se consiga reactivar el consumo privado en la maltrecha economía francesa.

Desde Alemania la canciller Angela Merkel se ha mostrado públicamente en contra de la «sugerencia» de Sarkozy de quitarle independencia a los órganos de Gobierno del BCE, al igual que lo ha hecho la propia institución, aunque de una forma más discreta. evitando el enfrentamiento con el Gobierno del Elíseo.

El propio Trichet, dejando a un lado su posición mesurada habitual, aseguró esta semana que «no era aceptable» la posición del secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Jean-Pierre Jouyet, quien dijo que «es posible influir en las decisiones sobre los tipos de interés del BCE con un diálogo más abierto con los ministros de Finanzas de la zona euro».

Lo curioso es que las declaraciones de Jouyet se produjeron tan sólo dos días después de que el propio Sarkozy, en un encuentro con Merkel con motivo de una reunión especial en Toulouse para el futuro de EADS, reafirmara públicamente su compromiso con la independencia del Banco Central Europeo.

Así las cosas «el BCE se encuentra ahora ante la disyuntiva de que si decide no elevar los tipos de interés oficiales, ahora en el 4%, podría interpretarse como que ha cedido a las presiones de Sarkozy, lo que sería muy peligroso para su credibilidad», según Holger Schmieding, economista jefe de Bank of America.

Pero, por si el crucial asunto de la independencia del BCE no fuera bastante, Berlín y París también están enfrentados por los poderes que tiene la Comisión Europea en materia de Competencia, considerados excesivos por Francia.

De hecho, Sarkozy consiguió en la pasada Cumbre de la Unión Europea del mes de junio que se aceptara suprimir de los objetivos de la UE la libre competencia, que ha quedado relegada ahora sólo a un medio para conseguir los objetivos europeos de crecimiento, prosperidad y pleno empleo, con lo que ha dejado de ser un fin en sí mismo.

Cambio de denominación

Aunque pueda parecer técnico, este cambio tuvo sus réditos políticos para Sarkzoy, que pudo «vender» en su país que los cierres de empresas por efectos de la deslocalización se frenarán con este cambio de denominación. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y el entonces primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, se encargaron de explicar que el cambio en la definición no le iba a quitar poderes al Ejecutivo comunitario en esta materia al estar éstos incluidos en el Tratado de la CE.

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