Hablando de quedarse a chupe
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No hace ni un año, una mayoría aplastante y abrumadora de la población afirmaba que los pisos no iban a bajar de precio jamás de los jamases. Y ya podías citar fuentes, dar cifras y querer argumentar. Quiá. Quita de ahí, monín, eso no lo verán tus ojos ni en esta vida ni en la siguiente. El pueblo español, ya se sabe, es duro de mollera. Y los medios tradicionales -la deplorable televisión, pública y privada, que aquí se emite, la bazofia de informativos radiados y los mediocres y refritados artículos escritos- estaban, como suele decirse, a la luna de Valencia. Si pasa algo, ellos no saben. Si saben algo, ellos callan lo suyo. Vaya uno a saber cuál es su función. Quienes protestábamos por el escandaloso aumento del precio de la vivienda en España y la desgraciada situación actual que afecta a una parte importante, la más indefensa, de la población, éramos, sin más, despachados como los y las niñatos/as que quieren que les den un piso sin trabajá. Y es que el españolito de a pie, además de duro de mollera, es mal pensado por costumbre.
Así estaban las cosas no hace tanto. Pero como la mayoría de indicadores socioeconómicos nos iban, mes a mes, dando la razón -subidas de tipos, que encarecen el precio medio de la hipoteca; ralentización del precio de la vivienda de segunda mano en distintas capitales de provincia; el crack inmobiliario en las ciudades de tamaño medio de Estados Unidos o el descalabro bursátil de Astroc, la volatilización instantánea de su valor, símbolo de la especulación salvaje- nos empezamos a preparar para lo peor. O sea, para cuando los medios tradicionales y el potente aparato de intimidación ciudadana de los partidos mayoritarios -Pp y Psoe- hicieran su particular lectura de la catástrofe. Y nuestra mayor desazón fue (y es) tratar de que no nos culpabilicen a nosotros -precisamente a nosotros- de su nefasta gestión, de su nula previsión y su voracidad recaudadora. Y ya empiezan a llevar el agua a su molino...
Por ejemplo, ningún medio tradicional ni comentarista sagaz de la vida pública ha prestado atención a las declaraciones de Miloon Kothari (en la imagen), el relator de Naciones Unidas para el problema de la vivienda en Europa. Los españoles, como con la cocaína, estamos en la cima de la cucaña: la mayor burbuja inmobiliaria del viejo continente. Ole. En noviembre, se debatirán las demoledoras conclusiones de su informe en un pleno neoyorkino. Y en sus palabras del otro día mencionaba expresamente, como una de las causas principales de la violencia machista en España, el difícil acceso a una vivienda de alquiler o en propiedad. Han debido pensar que la glosa de ese comentario sería demasiado fúnebre.
No deja de ser significativo el artículo de Joaquín Estefanía, "Alternativas para evitar la corrupción", lleno de lugares comunes y mentirijillas nada arriesgadas. Es falso que la gestión de Trujillo en Vivienda fuese mejor que su imagen; falso que la Ley del Suelo (que no es porque sea mala, que lo es, sino porque llega tarde, que es peor) ataje la corrupción desbocada que padecemos -casi todo el suelo edificable de la Comunidad de Madrid o la Comunidad Valenciana, por citar sólo dos enjambres de cuidado, ya está vendido y aguardando su destino en unas pocas manos-; falso que los partidos políticos, a través o no de los ayuntamientos, no estén implicados en este saqueo masivo a la clase media empleada. Recordemos que la deuda hipotecaria de las familias (su saldo ya supera los 907.000 millones de euros) es similar a la deuda externa Argentina, previa al corralito.
La nueva ministra de Vivienda, Carme Chacón, tiene ante sí un panorama desalentador y unos retos imprescindibles. Se encuentra con una cartera vaciada de competencias (traspasadas a los municipios y comunidades autónomas) y tres exigencias clave. 1ª Crear un Parque Público de Vivienda de Protección Oficial en Alquiler, a base de expropiaciones temporales de viviendas vacías -3.000.000 en España, 300.000 en la Comunidad de Madrid-, en línea con la propuesta catalana: gravando a quienes decidan mantener sus inmuebles vacíos con un impuesto y devolviendo al alquiler el sentido primitivo de su uso, como bolsa para desperfectos y no como renta; 2º Demolición de miles y miles y miles y miles y miles de viviendas construidas ilegalmente; y 3º Hacer visible la razonable propuesta del juez Miguel Ángel Torres, instructor del Caso Malaya, sobre la necesidad de crear una jurisprudencia que, además de condenar a los corruptos por delitos inmobiliarios con penas de cárcel, les obligue a devolver las fortunas que han amasado con su conducta criminal.
La generación mejor formada de la historia de España necesita un parque de vivienda pública en alquiler, como Holanda, Dinamarca o Alemania, y necesita recuperar la confianza quebrada en las elites del país. Y eso sólo se hace con expropiaciones temporales de viviendas vacías, demoliciones de adefesios urbanísticos de todo tipo y mano dura con los delincuentes -sean banqueros, constructores, promotores inmobiliarios, alcaldes, senadores, jueces o policías-. Si empieza por ahí, entonces mola.
En el fútbol infantil, hay una figura que hace gracia y da lástima: el chupóptero. El jugador que se evade de sus tareas defensivas y se queda cómodamente esperando junto al poste de los rivales, aguardando que algún compañero recupere el balón y se lo pase. Así, apenas tendrá que sudar, y le bastará sólo con empujar un poco la pelota hasta que pase la raya de gol. Esta figura, el zángano que se queda a chupe, se sortea con la regla del fuera de juego.
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