Denuncias por vivienda

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domingo, febrero 17, 2008

Divorciados ‘homeless’

Luis Racionero/ estrelladigital

Me asomo al tema con terror, pues podía haberme sucedido en alguna de mis numerosas separaciones. Lo constaté de primera mano en Berkeley, donde un profesor de psicología urbana, psicoanalista de Robert Kennedy, habitaba en una buhardilla, en tanto su mujer, recién separada, vivía en una mansión ajardinada en las colinas. En USA, cada divorcio puede suponer una demisección del patrimonio, o sea que a la tercera al marido le queda la mitad, de la mitad, de la mitad, de lo que tenían.

Parece justo que si una mujer ha dedicado su tiempo a llevar la casa y los niños reciba una pensión durante el tiempo necesario para organizar una nueva vida. ¿Tres años son suficientes, o se le debe pagar durante cinco para que estudie una carrera? No sé. Lo cierto es que se debe pagar alimentos a los hijos y algo a ella durante un tiempo. Cuánto y por cuánto tiempo, es la cuestión.

A partir de ahí pueden comenzar las injusticias y la ley, que es lógica para proteger a la mujer, puede tornarse abusiva contra el hombre. Aún recuerdo a los separados montando guardia en la Plaza de la Villa de París frente a los juzgados. Su queja —lo sé por los abundantes carteles que desplegaban— es no poder ver a los hijos por causa de la mala fe de las madres. Terreno vidrioso donde los haya.

La ley catalana establece la separación de bienes, de modo que lo de uno y una antes del matrimonio es de él o de ella después del divorcio. No se te pueden llevar ni la mitad, ni nada. Gracias a esta sabia ley, no me veo yo ahora entre estos desheredados sobre los que escribo. Y lo hago para sugerir a algún partido que prometa algo a los divorciados homeless: ni cuatrocientos euros, ni mil quinientos por niño, sino una ley que no expolie al hombre o le deje en manos de su mejor enemiga en lo concerniente a las visitas a los hijos. Más de un separado, encegado por el chantaje a que le someten con los hijos, ha ido a parar a prisión por agredir a su ex.

Todo esto es muy penoso, pero nadie se acuerda de ellos porque el tema no es ni católico, ni progre, ni nacionalista. Es un abuso de confianza que roza la estafa y, por lo mismo, no punible por ley.

Cuando ZP casó a las parejas de hecho me pareció una sabia y caritativa decisión (caridad = amor al prójimo). Ahora, en la nueva campaña alguien debe acordarse de las parejas deshecho, de esos pobres diablos que viven bajo un puente sobre el que pasa la ex en su coche llevando a sus hijos al colegio.

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