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lunes, octubre 22, 2007

Treinta años del Pacto de la Moncloa

Juan Velarde Fuentes
abc


EL desarrollo económico español, desde los años sesenta, era fortísimo. De 1964 a 1974, la tasa media anual acumulativa era del 6,94% de crecimiento del PIB al coste de los factores, según la estimación de Prados de la Escosura. El fundamento esencial de este avance era disponer, dentro de una apertura creciente, de una energía muy barata. Pero ésta encarece súbitamente desde 1974, al par que la economía mundial entraba en recesión. Nuestro fuerte desarrollo se esfumó, porque experimentamos cuatro choques sucesivos: el de los precios del petróleo; el de las materias primas, cuya subida parecía dar la razón a las profecías del Club de Roma; un fortísimo choque salarial y de conflictividad social; finalmente, el cuarto choque lo generaba un rápido cambio de criterios de los ministros responsables de la Economía, con lo que la desconfianza empresarial era notable. El deflactor del PIB había crecido en 1976 un 16,1%, lo que indicaba una inflación que, en el estudio mensual de 1977 se veía que se aceleraba, llegando a pronosticarse que, a corto plazo, saltaría a los tres dígitos. La relación de los precios de importación a los de exportación hizo mella en la balanza comercial. En el año 1976, para una exportación de 582,2 miles de millones de pesetas, las importaciones eran de 1.158,2 miles de millones, déficit que también parecía crecer. Todo ello junto con un progreso preocupante en la tasa de paro, que había sido del 1,1% en 1969, y que en 1976 alcanzaba -y la subida seguía- el 4,8% de la población activa. Añádase una agitación social creciente justo en el momento en que el presidente Suárez planteaba una marcha constituyente que concluiría en 1978.

Fuentes Quintana comprendió que sin un pacto de los partidos políticos la salida era imposible, porque era lo suficientemente dolorosa como para acentuar las tensiones sociales -acababa de publicar Luis Ángel Rojo su libro «Renta, precio y talón de pagos» (Alianza, 1974)-, y en él se señalaban con claridad los costes de la salida de una situación de déficit exterior causado por inflación: «una recesión interior», o sea, añadir leña al fuego de la tensión social.

Ese Pacto, para frenar la tensión exigía abandono de posturas en la izquierda y la derecha. La izquierda aceptó liquidar la presión salarial y la conflictividad en las empresas, y abandonar -como sucedió hasta ahora mismo- todo impulso revolucionario anticapitalista, y la derecha admitía que se entregase a las nuevas organizaciones el patrimonio de la extinguida Organización Sindical Española, y que se pondría en marcha una reforma fiscal con un fuerte componente de tipo personal y progresivo. Y todos aplaudirían el solicitar formar parte, como miembro de pleno derecho, del Mercado Común. Fue un ejemplo de sensatez colectiva. No está de más, ante los muy serios problemas actuales, recordar cómo entonces se evitó una catástrofe.

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